KINA JARAÍCES  |  Madrid, 09/03/2018

Se buscan hombres dispuestos a emprender un peligroso trayecto. Condiciones del empleo: frío, oscuridad, poco sueldo, ínfimas posibilidades de volver. Largos meses lejos de sus seres queridos. Y, quizá, grandes honores y reconocimientos.

Así rezaba el anuncio que el explorador Ernest Shackleton publicó en el Times en 1914 con el fin de alistar hombres que le acompañaran en su aventura de cruzar a pie, por primera vez, la Antártida. Respondieron más de 5.000 aspirantes pero solo 27 viajarían en la llamada Expedición Imperial Transantártica.

Tras 5 meses de travesía y a unos 160 km del continente austral, los inmensos bloques de hielo atraparon al Endurance, el barco de nuestros protagonistas. Allí pasaron más de un largo año. Pero lograron volver todos con vida.

Mientras tanto, detrás de la noticia y frente al patio de butacas, acontece otro viaje paralelo: el de las mujeres que esperan.

La obra 'ANTÁRTICA' es puro teatro: un escenario casi desnudo que carece de palabras -porque para mostrar los sentimientos bastan los gestos, la música, los sonidos y la iluminación-; una sola protagonista, -porque para viajar a nuestro interior a veces no necesitamos a nadie más que a nosotros mismos-; una desesperada partida de ajedrez con un compañero ausente; bolsas de plástico vacías y frágiles como el interior de la mujer abandonada. Y ropa negra. Tan negra como su ánimo.

Malgosia Szkandera dirige e interpreta lo que no sale en los libros de texto que cada mañana enseño. La historia de esas mujeres que tejen y destejen mientras llega el hombre que se marchó de expedición al Polo Sur. O a la guerra. O a por tabaco.

Veo el complejo de Penélope y me horrorizo. Pero 'Antártica' es un renacer. Un despertar. Un vestido blanco lleno de luces. Un precioso homenaje a todas esas mujeres que decidieron que la única derrota era la de no salir a recorrer su particular camino a Ítaca. A vivir.