MIGUEL LOPOTT  |  Madrid, 30/07/2011

Sobre uno de los dramas de honor más reconocidos de Lope de Vega, la compañía Rakatá de teatro, fiel a su compromiso con la difusión de textos del Siglo de Oro, pone en escena la adaptación realizada por el Grupo Prolope de la tragedia 'EL CASTIGO SIN VENGANZA'.

Un valor seguro que muestra el inigualable texto poético, el ingenio, la destreza y el don de la pluma de uno de nuestros clásicos. Un texto que infunde la admiración del espectador que desde el principio (sin necesidad de la introducción en off que, del todo, es innecesaria) queda atrapado en una trama de luchas internas, deslealtad, adulterio cuasi incestuoso y venganza.

No es una tragedia al uso con inocentes y culpables, con cándidos y canallas, con víctimas y verdugos, con honestidad e injusticias; más bien, es una mala jugada del destino que enfrenta al deseo con la razón, al querer con el deber, a lo correcto con lo reprobable y al amor con el tormento.

Narra, con el estilo propio del teatro en verso, la relación amorosa del Conde Federico con su madrastra Casandra, la joven esposa de conveniencia de su padre, el libertino Duque de Ferrara, y la respuesta de este (cuando descubre el adulterio a manos, para más inri, de su amado hijo) que se manifiesta en el castigo que el Duque impone a los amantes ocultando la causa real bajo una falsa causa de luchas hereditarias. El tema principal de esta pieza es la lucha permanente del amor frente al orden establecido y la defensa, ante una afrenta que de ningún modo puede tener carácter público ni en el suceso ni en su venganza, del honor. El argumento está inspirado en un hecho real ocurrido en Italia, como dice en los últimos versos el personaje de Batín, criado de Federico y gracioso de la obra.

Rodrigo Arribas (Federico) y Alejandra Mayo (Casandra) conjugan perfectamente sus papeles y hacen un uso magistral del espacio escénico, lo que unido a un trabajado uso del verso y una exquisita interpretación crean la tensión necesaria para impulsar el desarrollo de la tragedia. No se queda atrás Mario Vedoya (Duque de Ferrara) con un impresionante cuadro final donde realiza un apabullante cambio de registro para pasar desde el amor paternal y la sensatez política que imprimía a lo largo de la obra a la ira y sed de venganza final. Jesús Fuente (Batín) muestra la experiencia que aporta su paso por la Compañía Nacional de Teatro Clásico para construir a un Batín con el punto justo de comicidad, muy agradecido, por otra parte, por el espectador. Alicia Garau personifica a una Aurora inteligente y pasional, enamorada y despechada, tan literal como metafórica y lo resuelve creando un personaje redondo, tanto frente a Federico, como al Marqués Gonzaga (interpretado por un Bruno Ciordia correcto y bien metido en su papel) o al propio Duque de Ferrara. El resto de personajes cumple con su función de reparto con algo de falta de voz en los escuderos del duque.

Rico vestuario de Susana Moreno, acorde a la época, destacando el gusto y los variados cambios en el atuendo de Casandra.

La escenografía mínima a base de una serie de columnas que hacen las veces de sauces y dos niveles de telones con los que se consiguen sin artificios crear los ambientes y recursos escénicos necesarios. Solo queda descolocada la figura final de la obra en la que la estampa en escorzo de Casandra y Federico debiera situarse en otra posición ya que queda parcialmente oculta a los laterales del público.

Una excelente oportunidad, en el Teatro Alcázar de Madrid, para acercarse a nuestra dramaturgia más universal, esta vez con el pretexto de enfrentarnos a una obra donde se sitúa a la condición humana en una situación extrema.