JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 18/11/2010

La paleta de posibilidades que propone cada año el Festival de Jazz de Granada incluye desde hace varias temporadas alguna novedad llegada de la vieja Europa, en este caso del norte, donde como decía aquel, siempre hace lluvia y frío; apreciación, en este caso muy ajustada a lo que vimos-escuchamos en el concierto de NILS PETTER MOLVAER. Quizás por abrir una vía diferente al afroamericanismo dominante que el propio trompetista ¿repudiaba? por redundante. Su antiguo patrón, Manfred Eicher (ECM) acuñó aquello de la "música mas bella después del silencio", que funcionó durante un tiempo para Molvaer, pero el noruego luego descubrió también la belleza del ruido.

Metidos en un igloo (es lo suyo) King Crimson, Jan Garbarek y Sonic Youth... bien helados y apretados, lo que sonaría podría ser algo parecido a lo escuchado en el Teatro Isabel la Católica el pasado viernes. Excesivo para los oídos más clásicos, néctar de los Odines para los más arriesgados, excitante, contemplativo, enervante... o relajante: a mi lado, un obrero ejemplar, de los que levantan España desde las siete de la mañana, daba algunas cabezaditas en los pasajes en los que hasta el silencio era altisonante, aunque, eso sí, se despertaba agitado cada vez que el sonómetro del técnico entraba en la zona roja peligrosa para la salud. Hablamos de un concierto muy evocador, todo un viaje por imaginarios paisajes azules de fiordos y planicies polares a la luz breve del sol de invierno... por lo menos.

Acomodado en la penumbra por delante de un set de tenues luces y proyecciones distorsionadas (algunas del propio músico tratado), imágenes absolutamente necesarias para su concierto-trip, Molvaer utiliza la trompeta con ese sonido ausente, liso, gélido y cortante del último Davis, como manipula su Mac o "canta" por el micro de su instrumento. A sus lados y en una conexión absoluta aunque parecieran desconocidos en la sala de esperas del dentista, estaba un manual completo de efectos para guitarra llamado Stian Westerhus (no Arseret como estaba anunciado), un tipo increíble con su Danelectro de lira, fuese a mano o con el arco, y el originalísimo percusionista Audun Kleive, imprevisible y capaz de tocar media hora sin más nada que un plato en la mano y cinco dedos.

Dicen que interpretaron buen aparte de su disco 'Hamada' (lo único cierto es que el bis fue un 'Nature boy' muy Miles), y puede, pero ni "falta que le importa", puesto que el concierto fueron dos suites de cincuenta minutos la pieza que (sin más estimulación que un Rioja y su tapa) sugería planeos imaginarios a vista de pájaro, o de hormiga, perfiles suavísimos o, tan abruptos como los acantilados del Navarone de los cañones... algodón de nieve, rayos y centellas... toda una experiencia multisensorial imposible de catalogar, y que igual podría sonar en el festival de jazz como en el Sónar, en las raves de los Monegros, tras un concierto de Los Planetas o en un after de postín. Es solo música (But I Like It).