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M.A.P. + LUCÍA REY TRÍO

M.A.P. + LUCÍA REY TRÍO

Hipoaullido huracanado

La pianista Lucía Rey al frente de su trío, que completaron Toño Miguel al contrabajo y Michael Olivera a la batería, y el trío M.A.P., la potente máquina de jazz integrada por Marco Mezquida, Ernesto Aurignac y Ramon Prats, protagonizaron la segunda de las noches de la presente edición del Festival Jazz en la Costa de Almuñécar (Granada). Crónica de Juan Jesús García.


Redactor  JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 31/07/2020


Como en la noche inaugural de este corto festival sexitano, el lleno militante fue la característica del segundo doblete del cartel, ampliado con el plus añadido de deferencia a última hora dentro siempre de las medidas de seguridad. Ya lo comentó Marco Mezquida cuando cogió el micrófono, dando las gracias al público por estar ahí, "con la que está cayendo". Y más teniendo en cuenta que por edad el respetable está en la zona naranja. Espectadores, además muy respetuosos con las distancias preceptivas, las agobiantes mascarillas durante tres horas, y esta vez ya bien pertrechados de líquidos elementos para una noche larga sin ambigú, que los conciertos acaban a la una de la mañana.


La madrileña Lucía Rey repetía en Almuñécar, si bien la otra vez estuvo oculta entre el gentío de una Big Band. Ahora al frente de su equipo se caracterizó por un pianismo decidido, inspirado en las coordenadas remotas por donde ha ido forjando su pulsación sonora, con guiños al latin (muy matizado), al clásico, al blues, al pop o el flamenco, ejercitados con nitidez y sinceridad. Mientras algunos pianistas hacen de su teclado un joystick de juegos bélicos, ella mira hacia adentro con claridad y limpieza.


Comenzó recordando sus querencias clásicas invocando a Chopin para rápidamente hacer un menú degustación de sus posibilidades con un poquito de casi todo, fuesen sus temas dedicados a Brooklyn y La Habana... o Granada con sus 'Lucerías', unas bulerías recuerdo de sus estancia entre nosotros. Usó voz y keytar e invitó al público a participar coreando, aunque tímidamente por falta de costumbre en el jazz; pero ella, joven, tiene otros nutrientes, como aclaró en el tema regalado: ¡una adaptación del 'Teardrop' de Massive Attack! El añadido del baile, expresiva danza contemporánea más bien, de la bailaora Cristina San Gregorio sumó vistosidad, color y gestualidad a un concierto que gustó, tanto que la cola para vender sus discos en el entreacto fue considerable.


Pero tras la normalidad, la nueva, llego... efectivamente, el huracán. M.A.P es un trío equilátero integrado por el menorquín Marco Mezquida, al que escuchamos la noche anterior en otro registro más estilizado de los muchos que gasta; el torrencial y vehemente saxofonista Ernesto Aurignac y el moto-batería gerundense Ramon Prats. Tres o trescientos, según se mire. "Jazz libertario y liberador", parafraseando al compañero Pablo Sanz.


El trío pudiera encuadrarse en el free jazz por su filosofía abierta e infinita, acaso referenciado por nombres como Ornette Coleman, Coltrane... contemporáneos como Cage, Zorn, o bandas como Nirvana y King Crimson en pleno trace; "un interesante vínculo entre Schönberg y el blues", según su fallecido mentor Jesús Gonzalo.


M.A.P. no es un grupo, es una experiencia, y como tal atrae y refracta en la misma medida, según la capacidad de inmersión sonora de cada cual. Recuerdan a aquel profesor de filosofía que el primer día dio aprobado general y añadió "ahora el que quiera aprender que se quede". Porque lo suyo es una exhibición de fuerza y riesgo repentizado. No son los primeros que en ese escenario subvirtieron las reglas de lo obvio, que ya lo hicieron en su momento Archie Shepp o Atomic, convirtiendo sus sesiones en auténticos trips.


El trío no tiene toma de tierra que les obligue a bajar a ras de escenario, y no bajan, y eso que esta vez dieron una ligera apariencia más melódica y medida que otras noches. Denominan sus conciertos como "un viaje", pero en el sentido más psicodélico del término, donde uno conoce la estación de partida pero ignora a dónde va ni por dónde, y menos lo que sucederá por en medio. Maniobran entre considerables cantidades de sonido, por momentos en crisis aparentemente incontrolables, creando riffs melódicos que permitan improvisar y alterar intensidades, volúmenes y espacios, siempre generando el vértigo del borde del abismo. Revolvieron sus composiciones sin orden y con concierto, proporcionando la excusa para todo tipo de sugerencias emocionales, éxtasis, dolor, poesía, irritación, paz, crisis, épica... y jazz, el jazz como excusa. Una barbaridad de grupo.

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