VALLE  |  Madrid, 29/11/2018

Con su último disco, 'El alma dormida', el maestro JOSÉ IGNACIO LAPIDO coquetea, cavila y pone música, entre otros asuntos, a la fugacidad del tiempo. Elucubrando sobre esto, imagino que, si el tiempo fuera música, nosotros seríamos canciones. Tan fugaces como ellas, a veces rabiosas y otras tranquilas. Estarían también las clásicas y las aventureras, las conocidas que no mejores y las que pasan desapercibidas. Las conformistas y las rebeldes o las malas y las buenas que, con nuestros cambios de ritmo, todas, como siempre, sufrirán de desamor.

El caso es que, en mi opinión, un artista es grande cuando nos apoderamos de sus obras y éstas trascienden a su persona. Así, el pasado sábado día 24, el Teatro Barceló se llenó de un público que, no solo quería ver a Lapido, necesitaba, además, escuchar su canción. Con cierta preocupación, mi amiga Kina me preguntaba si tocarían su 'Algo me aleja de ti' mientras que yo, tras sobrevivir durante mucho tiempo a mi 'Cuando el ángel decida volver', estaba convencido de sucumbir al escuchar 'Mañana quién sabe'. ¡Vaya! sin que el tiempo se haya hecho música, nosotros ya somos canciones de Lapido y, aunque lógicamente abundaran las de su extraordinario último álbum, en un generoso recital con varios y obligados bises, pocos salieron de allí sin escuchar la suya.

¿El concierto?... pues, como siempre con el maestro Lapido y su banda, me faltan calificativos que lo definan como yo quisiera. Uno que me podría servir sería impecable. Sin embargo, a ese adjetivo le falta la fuerza y la vida que ellos saben generar. Sí, es difícil encontrar una palabra cuando la rabia es elegante, la emoción sangra y el alma se emborracha.

Como es habitual, provocaron nuevas sensaciones en cada tema recorriendo toda la discografía en solitario de José Ignacio Lapido con la única excepción de una impresionante 'Espejismo número 8' del último disco en estudio de los Cero 'Todo lo que vendrá después'.

Como os podéis imaginar, Raúl Bernal en los teclados volvió a estar espectacular y mágico. Jacinto Ríos, el mejor bajista que ha tenido 091, no pudo evitar desatarse. Popi González fue un bisturí en el Amazonas: preciso y salvaje. Pero, especialmente inspirado, estuvo, sin duda, Víctor Sánchez. Nos conmovió con dulces arpegios y nos animó con sus maravillosos riffs.

En cuanto al maestro Lapido, no sé por qué estaba más motivado que de costumbre, no sé por qué parecía querer disfrutar de cada uno de los momentos del concierto, no sé por qué me sonó a homenaje la presentación que hizo de sus grandes músicos, no sé por qué su energía fue incluso más envolvente que otras veces. Pero... ¿Cómo voy a saberlo? Yo solo soy una de sus canciones.