JUANMA CANTOS  |  Madrid, 02/11/2010

Se puede contar con los dedos de una mano el número de músicos de jazz aún vivos que alcanzan el estatus de genio. Bueno, siendo generosos, y recontando con más detenimiento, se podrían contar con los de las dos manos. No son muchos más. A pesar de que las nuevas generaciones aprietan con fuerza (ahí están los Christian Scott, Esperanza Spalding o los ya no tan jóvenes Joshua Redman, Mark Turner, Sam Newsome, James Carter y demás), éstos, obviamente, no atesoran aún el bagaje y la diversidad de propuestas de trayectorias como las de veteranos como WAYNE SHORTER. Sí, lo habrán supuesto, Shorter es para el arriba firmante uno de esos genios nacidos antes de mediados del pasado siglo que, aún en activo, sigue conservando intacta esa cualidad de hacer emocionar en directo y es, afortunadamente, de los que no hemos de encontrar sólo en las grabaciones.

Shorter no ha casado nunca del todo con "lo establecido". Ahí están etapas como las de los Jazz Messengers o Weather Report. Y ahí están conciertos como el de esta noche. Wayne Shorter abría hace unas horas, por todo lo alto, el programa central del XXVII Festival de Jazz de Madrid y lo hacía de una manera inmejorable. Liderando en presencia escénica su sólido cuarteto que iniciara en el 2000, en el que la inquieta y elegante baterista Terri Lyne Carrington sustituía esta noche y durante esta gira a Brian Blade, Shorter se dejó guiar por un impresionante pianista como es Danilo Pérez, quien, digámoslo, fue el auténtico referente en lo musical. Lástima que no estuviera por allí un representante de los Records Guinness, porque, a buen seguro, el panameño habrá batido esta noche el récord mundial de pulsaciones de tecla de piano en un concierto. Realmente increíble en su concepción rítmica y en el trato de las diferentes fases por las que discurría el soberbio espectáculo, Pérez brilló sobremanera durante toda la noche, como luz de guía dentro de la selva de sonidos que el cuarteto iba creando y llevando asimismo en volandas a un John Patitucci que dejó muestras sobradas de su clase en los contados solos, manejando el arco con precisión y cargando sobre sus notas graves las fases en las que los músicos daban una tregua.

Pese a su dubitativo primer cuarto de hora, Shorter empezó a deslumbrar cuando entró en la maraña armónica creada por sus compañeros de escenario, regalándonos hora y pico de un jazz que araña, que conmueve y que llena, concatenando melodías para crear una especie de suite jazzística de vanguardia, del Siglo XXI, sin espacios para respirar, sin cortes, sin presentaciones, con continuas montañas rusas de melodías y armonías radiantes, desde lo más tribal a lo más "free", desde lo más dulce a lo más hiriente, desde lo más íntimo a lo más lisérgico, pasando por toques veladamente latinos. Y es que Shorter hace lo que le da la gana, porque, ya lo dice el anuncio, él lo vale.

El público estuvo igual de sobresaliente. Un silencio emocionante acompañaba las andanzas del cuarteto, casi en conexión espiritual. Entre los presentes, pudimos ver a músicos de la talla de Jorge Pardo, Román Filiú, Ariel Brínguez, Toño Miguel, Andrés Litwin o al dueño del club Bogui Jazz, Dick Angstadt, quienes, estoy seguro, alucinaron con el brutal espectáculo. El público supo reconocer la maestría de lo que estaba presenciando con continuos intentos de devolver lo escuchado con una ovación, silenciada una y otra vez, sencillamente, porque los músicos no dejaron ni un momento de tocar, y que estalló, finalmente, con la despedida y el saludo del cuarteto.

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