JUAN JESÚS GARCÍA  |  Almuñécar, 21/07/2018

En el corazón de programa de Jazz en la Costa de este año ha estado el concierto que con seguridad más va a gustar al aficionado "puro" al jazz... ¡o de muchos!, como especificaba un pianista presente. FRED HERSCH es un secreto lejano al gran público de un Jarrett, pongamos por ejemplo, sin embargo comparte con él nutrientes, sensibilidad, refinamiento y crianza. Entre los profesionales e iniciados es una leyenda a la que sus problemas de salud le han sacado del foco mediático, pero una vez degustado en directo, donde no se prodiga, el flechazo es absoluto: agotó todas las cajas de discos que se había traído para firmar. Como esta edición número 31 ha agotado todas las entradas para los tres últimos conciertos.

Literalmente profesor de genios (Mehldau, Jason Moran o Ethan Iverson...) y con una azarosa vida recogida en un libro de recuerdos y una película, Hersch recorrió en El Majuelo la historia del piano de jazz, desde sus mitos (Monk, Ellington...) hasta él mismo, otro mito. Pero lo más relevante de un impecable concierto, fue lo que él siempre destaca casi obsesivamente en las entrevistas: el sonido, su voz, cómo suena en sus manos el piano, sea de un festival al aire libre o de un club; que cuando el lector/a esté leyendo estas líneas ya estará sentado en el Village Vanguard de "residente" hasta final de mes. Un músico de Granada como David DeFries, que toco con él en Nueva York, lo resumió en una palabra, "Exquisito", retando a encontrar palabras para describir la belleza en trío.

Y ese sonido que tanto buscó es de una transparencia sobrecogedora. Uno piensa en todos los mecanismos que hacen que una tecla suene, y los ve como un ballet de madera, cuero y fieltro acompasado al tiempo que este hombre va marcando, como a sus compañeros, dos tipos con carrera propia y que en el caso del bajista es explosivo y denso, y sin embargo aquí circulaban en un majestuoso "paso de a tres". El lirismo, la interacción y el respeto por el espacio de los compañeros son componentes valiosos de la identidad de este equipo. El piano sonó nítido y clarividente, empático y muy económico (Bill Evans siempre al fondo). Desde que Hersch resucitó (literalmente) no tiene prisa y esa ausencia de urgencias le permite crear una belleza absoluta, tan cerca del discurso clásico como el de jazz, que piezas como 'Valentine' atesora en un diálogo con el silencio de un lirismo casi doloroso. Por ese concepto unívoco de trío, más que compenetrado casi siamés, pasaron Shorter ('Black Nile'), o 'Mood indigo' y 'Eronoel' de los anteriormente citados. Y entre otros homenajes (en sus discos hay muchos temas dedicados) directos estuvo el que tocaron a la memoria de Sonny Rollins con un calipso con final deconstruido. También sonó la pieza de Russ Freeman 'Wind', que también interpretó Jarrett, y que grabó Stan Getz, quien tuvo un nido de amor con Astrud Gilberto en Almuñécar... así que el círculo se nos cierra completamente. Como él clausuró su concierto con la estupenda 'Touraround' (¡de Ornette Coleman, uff!), fuera de programa y como segundo bis. Un lujazo.