JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 04/12/2017

Tras la resurrección y regreso posterior al limbo de los justos (y eso que ya no está autorizada su existencia) de 091, la vida sigue a este lado de "la raya". Hace dos años en el mismo escenario de la sala El Tren, JOSÉ IGNACIO LAPIDO abrazaba a sus compañeros dándoles un año de excedencia (que, por cierto, aprovecharon muy bien: ahí están los espléndidos discos de Víctor y Dolorosa), ahora lo volvían a hacer para un regreso deseado y formidable. En realidad arrancaron en Murcia, pero es que aquí todo el mundo quiere llegar ya algo rodado, porque la exigencia de jugar en casa se torna responsabilidad y hasta estrés. Y se notó en la seriedad con que "hicieron su trabajo", parafraseando al autor, en la primera parte del concierto; descomprimiendo ya y relajándose en una impecable segunda, y llegando hasta la sonrisa y la broma en el fin de fiesta, porque eso fue, una fiesta de bienvenida.

En un fin de semana apretado, con conciertos similares: Amparanoia llenó la Industrial Copera y Neuman subió la distorsión por primera vez al Auditorio Manuel de Falla, sonaban las primera notas en el escenario de la Tren cuando la cola para entrar llegaba casi al centenar de metros. Claro que tardaron en entrar, como en llegar, entre otras razones por la nueva configuración de las rotondas y paso bajo la línea del AVE que despistaron a más de muchos. Fue un lleno completo y total para este regreso a los tableros del compositor de 091, que hubiera podido hacer dos días pensando en la comodidad que requiere un público de "cierta edad", como es el suyo, pero en Granada, donde la venta previa no termina de funcionar, cuesta hacer planes de este tipo.

Retomándolo donde lo dejó, como en su momento Fray Luis o Unamuno, Lapido ha puesto en forma a sus socios, que tras 'El alma dormida', son mucho más equipo, una hermandad sin apellidarse "Allman", a pesar de recuperar su nombre de pila para la portada. Sería impensable escuchar estas canciones sin el fino estilismo de Sánchez y su saborazo en las guitarras; sin la furia temblorosa del órgano (con pesado Leslie incluido) o el delicado piano de Bernal; sin el grueso pálpito a pulso de Jacinto o la danza por los tabores de Popi González, un auténtico Fred Astaire de la percusión pop. Sus ausencias, por ejemplo cuando falló el cableado del bajista o el Lelsie dejó de girar, se notaron como reventones de neumático en mitad de La Mancha, que en el caso del tecladista requirió usar incluso la de repuesto para poder continuar.

Las canciones del nuevo disco engranan bien con las pasadas, es más, refrescan la austeridad rigurosa tradicional del cuarteto, sea con sus explícitos aires country unas o con añadidos pizpiretos de piano-cabaret en algún arreglo. En dos horas largas de concierto, Lapido y sus amigos dieron buena cuenta de toda su colección de publicaciones, simbólicamente abriendo con una pieza al ralentí de su primer álbum ('Pájaros') y no olvidando siquiera los pequeños formatos, como el de 'Luz de ciudades en llamas'. Si atendemos al temario, obviamente saltando por los items de la presentación fresca del día, el disco que más le gusta para directo es 'De sombras y sueños', por encima incluso de 'Cartografía', considerado su obra cumbre de la primer década de este siglo. Con músicos como Lapido, el problema no reside en lo que escuchamos en cada concierto, sino en lo que no suena, porque piezas como 'Escala de grises', 'Furioso contra el mundo', 'Sísifo', 'Nadie besa al perdedor', 'Bellas mentiras', 'Piedras y palos'... y así varios folios más, dan para otro concierto distinto e igual de apasionante. Y sin sumamos algún "bonus-track" de los Cero... Ya serían tres noches seguidas. Lapido y los suyos ha vuelto, señores y señoras, prepárense, es sólo rock and roll pero da mucho qué pensar, así que: ¡Cuidado! Que "algo suena raro y nadie sabe qué es". Quedan avisados.