ANTONIO ROMÁN  |  Madrid, 23/11/2017

Menos mal que nos queda Antonio Arias. LAGARTIJA NICK han llegado a un punto en el que son al mismo tiempo la memoria y la esperanza, el testimonio y el futuro, son el ayer y el hoy. Siempre están ahí y, aunque de vez en cuando muten y emprendan empresas arriesgadas en busca de terrenos más inexplorados, tienen la capacidad de adaptarse al medio con una flexibilidad y una maestría difíciles de encontrar entre los grupos de su generación. Diríase que más que lagartija, son a veces camaleón. Y así, nunca pasan de moda. Perfecta fórmula.

Camaleónicos, pues, como pocos, el pasado sábado en Caracol mezclaron con una receta infalible los temas de su nuevo disco 'Crimen, sabotaje y creación' con visitas a sus antiguos trabajos, esos que tan actuales y visionarios suenan aún hoy. La vuelta a la formación original (con el añadido de JJ Machucha a los sintes) se antoja un acierto, si bien cualquier piel y compañía le funciona a este inquieto reptil. Desde 'Agonía, agonía' a 'Mapa de Canadá', pasando por las imprescindibles 'Estratosfera' o 'Nuevo Harlem', la noche fluyó con una perfección que hizo que se nos hiciese escaso el evento. Una vez más, Arias y sus secuaces dieron una lección sobre cómo compatibilizar sus habituales historias distópicas con un enfoque más pop ('La ira de noviembre'), a veces incluso rayano en el costumbrismo ('La leyenda de los hermanos Quero'), que no olvida ni raíces ('La soledad es política') ni la combinación, en fin, de potencia con sutileza en cada zarpazo. Cada nueva canción, un cañonazo, cada viejo éxito, un preciso flechazo perfectamente teledirigido a nuestra nostalgia.

A saber lo que, una vez de vuelta a su nave nodriza, incombustible e incansable, inconformista, fascinante y dual, sónico y flamenco, estará fraguando Antonio Arias. Menos mal que nos queda.