MIGUEL LOPOTT  |  Madrid, 08/08/2011

Hora y media reservada a no parar de reír, ¿y cómo se consigue?, pues a base de una extraordinaria dosis de humor sin palabras, lo que a Yllana se le da mejor. Con la impronta de este veterano grupo madrileño y al más puro estilo mímico de 'Star Trip' o de 'Splash', se crea ZOO, una obra apta para todos los públicos, para disfrutar en familia, en pareja, con amigos, solo, da igual como, la carcajada se convierte en un todo que invade hasta el último rincón de la Sala Alfil de Madrid. Desde luego que Yllana no necesita aval, veinte años de continuados éxitos y risas son más que suficientes para reconocer a estos magos del lenguaje gestual, pero como a nadie le amarga un dulce, 'Zoo' saborea además las mieles del Premio Max 2010 al mejor espectáculo infantil.

Así, como si de 'King Kong' se tratará, cuatro exploradores se introducirán en lo más profundo de la jungla (con versión suavizada de 'Welcome to the jungle' de Guns n' Roses incluida en la banda sonora) en busca de un exótico y peligroso animal a modo de gusano depredador con el objeto de trasladarlo a un zoo en la ciudad. Claro está, en una aventura de este calado, no pueden faltar los estereotipos del género, el biólogo frágil y absorto en la naturaleza, el cazador despistado en busca de trofeos, la chica urbana fuera de hábitat y, por supuesto, una especie de "Indiana Jones" dispuesto a ser el héroe que toda expedición de riesgo (de morir de risa, diría yo) necesita. Y es en torno a estos arquetipos donde se suceden los desternillantes gags de Yllana y donde demuestran su genialidad.

Comicidad llevada al extremo e irrepetibles momentos como el de los pájaros recién eclosionados reclamando comida, los leones domados (con coparticipación del público incluida) o el rescate de los expedicionarios a través de un complicado camino lleno de obstáculos, con una ida y vuelta que bien nos recordaba a otro grande de la mímica (Joseph Collard). Lo difícil para Yllana en esta obra, desde luego, no ha sido hacer reír, de lo que son expertos, sino evitar que los propios actores se partan el pecho en escena, lo que les sucede en más de una ocasión. Si ellos mismos son incapaces de controlarse, imaginen el público. La risa no es obligada, es inevitable. No pararán de llorar... de risa.