Texto y fotos: Juan Jesús García.


Lay: Ese chico triste y acompañado.

La escena granadina (y malagueña) de base tiene en LAY a un recurrente y socorrido nombre, que igual sirve para abrir a una estrella internacional, que anima un bar, una sala, o un local de conciertos ya con su grupo. Insistente trabajo a ras de suelo que ya le ha permitido tener seguidores propios, callar los ambientes poco respetuosos y empezar a llenar espacios. Lo próximo es el disco obligatorio, moverlo y salir a defenderlo en plazas remotas. Algo que parece completamente contradictorio con su intimismo infinito.

En versión portátil, él y su guitarra, en realidad parecen dos distintos, el que hace sensibles versiones del cancionero angloamericano y el que, en plena metamorfosis lingüística acaba de adoptar el español. Hasta canta de forma diferente.

Coherente con su generación es devoto de la languidez de Nick Drake, el cantautor santo y seña de la indie-gente, pero también va en otras direcciones, Chan Marshall mantiene la coherencia, pero no tanto popes como Leonard Cohen o los Rolling Stones; material que interpretó en su actuación en un lleno Music Club. En su caso quitándoles hierro y gravedad y con formas tan delicadas como exquisitas. Como compositor se reduce a un minimalismo casi confesional, narrando más que cantando historias escritas con cierto realismo doméstico y un matiz de rebeldía del tipo 'dos contra el mundo. Canciones con una curiosa sensación de indeterminación al estilo 'las cuatro y diez' (por Aute) que más que tener un final sencillamente se detienen, dejando cierto anhelo de que pase algo más.

En una ciudad en la que abundan los cantautores, que aunque utilizan armas similares y no difieren tanto en sus inquietudes y mensaje, parece, en cambio, que hay dos sectores estanco, cada uno con circuito propio incluso, según se hayan nutrido de la tradición anglo americana o la hispanohablante. Luis Arronte, Lay, podría ser el eslabón encontrado entre ambos.