ALFONSO SÁENZ  |  Madrid, 15/11/2010

Cuando la oscuridad y la desolación se apodera de ti, hay dos opciones para no sucumbir inexorablemente en el pozo del desamparo: hacerle frente y responder con optimismo y alegría, o dejar que la oscuridad se haga fuerte en tu interior y unirte a ella, convertirte en su siervo. Sin duda BLACK REBEL MOTORCYCLE CLUB tomaron la segunda opción el día que fueron atacados. De eso debe hacer ya mucho tiempo, tanto que cualquier resquicio de felicidad ha desaparecido para siempre sobre el semblante de estas criaturas.

El ataque de una extraña y repentina riada, proveniente de alguna alcantarilla cercana y que obligó al personal de La Riviera a desplazar la entrada hacia la puerta trasera, presagiaba el lodazal sonoro que nos esperaba en el interior de la madrileña sala. Puntualmente, tras los madrileños Lüger, el trío de San Francisco hacía acto de aparición sobre un nebuloso escenario, cuyos focos traseros dibujaban sus distorsionadas y espectrales siluetas.

Los acordes de 'War machine' resonaron como el lamento de mil perros salvajes a las puertas del infierno. El aura de la turba se acercaba más y más a la ebullición a medida que Hayes, Lebon y Shapiro golpeaban sus instrumentos. 'Red eyes and tears' dio el golpe de gracia al levantamiento de los ánimos de un público que, contra todo pronóstico, apenas alcanzaba los tres cuartos de aforo de La Riviera.

Los de San Francisco hicieron un repaso completo a su excelente último lp, 'Beat the devil's tattoo', de lo mejorcito de los últimos años para el que relata. Canciones publicadas hace poco más de ocho meses resonaron como himnos entre la audiencia. No faltaron, asimismo, clásicos e incendiarios temas que calaron bien hondo entre la garajera congregación. 'Whatever happened to my rock'n'roll', 'Spread your love' o 'Rifles' hicieron las delicias de un público deseoso de emociones.

Los oscuros protagonistas de la noche demostraron sobre el escenario que cualquier resquicio de alegría es ya agua pasada y no permitieron que su rictus dibujara ni media sonrisa durante las dos horas que duró el concierto. El ya mítico por mediocre sonido de La Riviera tampoco ayudó mucho a elevar el nivel sonoro de la velada.

Pero pese a quien pese, y por encima de todos los avatares riviereños, BRMC firmaron un concierto más que provechoso, donde combinaron con maestría el garage-rock más crudo y desgarrado con acústicas melodías folk que jamás vieron la luz del sol. Salvo el negro, ningún color tuvo cabida aquella noche. Aunque dicen que el negro es, precisamente, la ausencia de color, el de Black Rebel Motorcycle Club abarca una amplia gama de matices y riquezas. Porque en toda negrura siempre hay un atisbo de color, hermanos.