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JAMES CARTER ORGAN TRIO

JAMES CARTER ORGAN TRIO

Huracán Carter

El saxofonista James Carter, tras pasar el domingo por el Bogui Jazz de Madrid, llegaba el lunes al escenario de un lleno Teatro Isabel la Católica en el marco del Festival de Jazz de Granada. Firmaba un intenso concierto al frente de su Organ Trio (completado por Gerard Gibbs al Hammond y Alexander White a la batería) que nos detalla Juan Jesús García.


Redactor  JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 07/11/2018


Si no hubiese existido Rubin "Hurricane" Carter con su desventurada vida, seguramente Bob Dylan le hubiera dedicado su famosa canción a un tipo como JAMES CARTER. Otra fuerza de la naturaleza.


Carter es un testosterónico e hiperdotado saxofonista que ahora mismo se sienta en la cumbre del sector y defiende la plaza con conciertos donde la competencia moriría abrumadoramente aplastada. Carter no deja espacio para que corra el aire, lo consume todo y gana siempre por KO, ya desde el tercer tema. En Granada, con un lleno en el Teatro Isabel la Católica, salió a matar y dos horas largas después nadie pidió siquiera un bis, le despidieron de pie con una ovación pero absolutamente exhaustos por su volcánica actuación.


Su fértil producción apunta en todas direcciones y sus saxos encajan en todos los estilos del jazz, y los tangenciales, y los alternativos. Reinventor del combo de órgano, en el año 2005 lo incluyó en a su disco 'Out of Nowhere', y en varios otros trabajos discográficos (por ejemplo en el 'Heaven and Earth' de 2009, un directo con John Medeski), concretándose ya el trío con Gerard Gibbs en el Hammond y la batería indistintamente con Leonard King Jr o Alexander White, con quien estuvo en Atarfe y ahora en Granada.


Como en Jazz en el Lago enmarcó en el escenario con dos Leslies, y como entonces él se situó en el centro pilotando una maleta de pedales de efectos también. Y eso que no los necesita casi, puesto que saca de sus tres saxos (tenor, alto y soprano) los sonidos más insospechados, en ocasiones hasta dignos de una denuncia a la Sociedad Protectora de Instrumentos por maltrato, cuando no llega a autocaricaturizarse como si fuera su personaje Simpson: la intensidad extrema no quita el buen humor en su presentación, como el buen ambiente escénico, ya que no paró de bailar a sus compañeros y de comunicar gestualmente. Hace ya bastantes conciertos suyos que le hemos visto ir desarrollando su faceta de entretenedor, de defender la vertiente más espectacular del jazz, y a ello se aplica. Y con buenos resultados de audiencia.


Nada más llegar anunció una serie de temas que fueron saliendo sin solución de continuidad apenas para que los aplausos rellenasen el silencio. Desde autores como Spanky Wilson, Thad Jones, a su repertorio Django Reinhardt, al que reinventa de tal manera que ni el propio belga se reconocería. 'Going home' explotó en nuestras manos nada más llegar, y un robusto blues con ecos eclesiásticos al principio y final, y una zona central dinamitada, fue suficiente para abrocharse el cinturón de seguridad. Ciertamente no desentonaría en el brutal funk rock de Living Colour como decía en estas páginas el otro día, ni al lado de Jimi Hendrix llegado el caso; es más, el negrindio de Seattle apenas encontraría hueco por donde meterse casi.


Para tocar el Hammond B-3 al completo hay que tener facultades cuadrúpedas, ya que para las manos hay teclas y mandos, y con los pies se lleva la línea de bajos. Gerard Gibbs, que también ejerce de arquitecto en sus tiempos libres, sabe lo que hace, puro groove por encima de la mesa y bajo el mantel, disparando ráfagas restallantes como bofetadas, generando un colchón ululante para que salte su jefe, y en emocionantísimas intervenciones solistas (en 'A child is born' por ejemplo), que en una noche de emociones fuertes dibujó con sensibilidad y delicadeza con el apoyo del baterista; otro que tal, porque para estar en este equipo hay que ser de los de cum laude: velocísimo, casi eléctrico, robusto, imaginativo y creador absoluto de los poliédricos ritmos que requería semejante desparrame saxofónico.


Como en otras ocasiones, su pieza fundacional, 'James Carter on the set', que es la primera pieza de su primer disco, le sirvió para despedirse, con su riff infeccioso, el pedal a fondo y a punto de gripar el concierto. Una barbaridad, señores/as.

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