JUAN JESÚS GARCÍA  |  Granada, 14/09/2010

Comienzo triste y solitario como todos los años en el caso de Soubar, que salieron media hora antes de lo anunciado en el cartel y no pudieron escucharlos ni siquiera sus padres (literalmente: el de un componente entraba cuando ya acababan). El comportamiento del público en el FESTIVAL DEL ZAIDÍN resulta curioso, porque no aparece hasta casi la medianoche, algo que va a terminar volviendo cardiópatas a los organizadores que, sea por una u otra causa, no saben si pedir susto o muerte.

El mismo vacío frontal recibió a ChinYi, que con Guadalupe Plata (los últimos) son el aporte este año del concurso de la Junta, cuya inversión pública esta vez se han tomado mucho más serio, empezando por premiar a dos grupos tan interesantes como ellos. Los de Pablo Medina siguen perfeccionando su mundo "electronaifberlinés" cantado en marciano, y aún no queda claro si sus letanías son improvisadas o memorizadas en "chinyino", "chinyinés", o como se llame el idioma que se han inventado.

Nada que ver con la fantasía cubista y electrochocante de ChinYi con el realismo crudo y duro de Barricada, y más con la primera parte de su concierto, o mejor dicho el primero, porque por duración (tres hora y media) dieron dos: el primero dedicado a su último disco, inspirado en la preguerra, guerra y postguerra civiles tras una lectura concienciadora de Dulce Chacón; y el segundo el suyo de toda la vida.

A estas alturas los navarros son un grupo de una enorme seguridad escénica (salvo algún perdonable desmayo en el tiempo) y un sonido amurallado e impactante. Delimitaron el primer tramo monotemático (con muy buenas piezas como la glam 'Desfilan', de cuya intro se ha caído el 'Cara al sol', o las hermosas 'Hasta siempre Tensi' o 'Matilde Landa') gracias a una sobria iluminación en blancos, con generosas introducciones explicativas, austeridad gestual y la compañía del vástago de los Piedrafita, Iker. Y si este trabajo, por el tema, requiere un tratamiento distinto, serio y respetuoso, fue el banderín de enganche para miles de espectadores que fueron llenando (hasta un completo sin apreturas: ¿10.000?, ¿15.000?) el recinto de festival de cara al "greatest" posterior.

Ya siendo ellos y no Ian Gibson explotó la euforia. Con un desatado Enrique Villareal, el Drogas, ejerciendo de zombi condenado por el maleficio de La Perla Negra y un repertorio tan coreable y compartible como energético: 'Contra la Pared', 'Esta es una Noche de rock and roll' (cantado por Carromato), 'Objetivo a rendir', 'Animal caliente', 'Oveja negra', 'Esta noche'... es decir, casi todo su mítico 'Directo', y que a pesar del tiempo trascurrido no pierde un ápice de vigencia ni de potencia concienciadora. Para terminar se calzaron una camiseta reivindicativa de la plataforma Malestar Social de Granada y, como siempre hacen, salieron pitando en su furgoneta cuando los tímpanos todavía estaban descomprimiendo.

El fin de fiesta tuvo el honor de presentar, treinta años después, a uno de los "socios fundadores" del festival, Magic. Tres décadas y con un apreciable muy buena forma sonaron de nuevo canciones, que como 'Betty y Wilma', 'Comediantes', 'Ayúdame' o 'Traidor', acunaron a la generación de los ochenta (¡la que ahora está en el poder!) y que despertó el virus del rock a escritores como Muñoz Molina o Luis García Montero, que prepararon algunas de sus letras. Parece que fue ayer, pero "porsi" terminaron convencidos con un 'Long live rock and roll', no se sabe si como deseo, invocación o, estando como están las cosas, epitafio. Con el beneplácito de la autoridad competente y sus corifeos, quedaron para dentro de otros treinta años, y nosotros que los veamos.

Pasadas las cuatro de la mañana y menguado ya considerablemente el estado de alerta del respetable (pero mucho en algunos), aún quedaron un millar de personas con ganas (¡e interés!) de escuchar a Guadalupe Plata, a ellos y a ese instrumental nativo traído (supongo) de sus viajes por todo largo y ancho de los USA, a donde fueron, capaces de venderle blues de los pantanos a los propios cocodrilos de True Blood. Imprevisibles, amantes de la fauna, de las bichas y los gatitos, desconciertan excitantemente por su tendencia al descuadre y la improvisación, "cuello de botella", en mano con temas-trip que zigzaguean a placer de su guitarrista y que, a distancia, a las cinco de la mañana pasadas, sonaban en la lejanía como la despedida de Hendrix en Woodstook. Fenomenal cierre del (o apertura del siguiente) Festival del Zaidín.

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