ALFONSO SÁENZ  |  Madrid, 19/04/2010

Unos pantalones caídos que dejaban al aire un calzoncillo de calaveras se movían de un lado a otro; ingrávido tupé, expansiones en los lóbulos de las orejas, chupa de cuero, ojos pintados y tatuajes sharp. A su alrededor decenas de bailongos rapados de ajustadas camisas de cuadros y botas militares. Más allá varios hippies con rastas y desaliñadas barbas. En el otro extremo, mods ataviados con polos abrochados hasta el último botón y zapatos castellanos. Negros, blancos y asiáticos por doquier; cada uno de su padre y de su madre. Todos meneándose y contoneándose. En el escenario, THE AGGROLITES.

'Funky fire' comenzó a sonar. Pocas veces he visto pasar de 0 a 100 en tan poco tiempo. Unos pocos segundos necesitaron los californianos para levantar a un público deseoso que llenó la Caracol hasta la bandera la noche del viernes, 16 de abril. Un estallido de júbilo se adueñó de la estancia. Funky reggae para los primeros compases del concierto. Una fantástica batería, dos guitarras perfectamente compenetradas, una omnipresente y ronca voz y, por encima de todo, unas teclas cuyo percusivo y sincopado sonido vintage se metía en el alma; tenía esa clase de sonido que da gustillo y que hace que se erice la piel, como cuando te sientas en la playa bajo los primeros rayos de sol de la primavera. Tras un arrollador comienzo funk dieron paso a su lado más rocksteady y ska, con varias composiciones instrumentales que encandilaron a un público de sobra convencido. 'Thunder fist' o 'Musically on top', perteneciente a su último trabajo, 'IV', recordaron a The Paragons o Jackie Mittoo, en parte por la gran labor de Roger Rivas al teclado. Más tarde comenzó otro concierto. La facción más soul de la banda se impuso y 4 ó 5 temas suaves de fáciles y convencionales estribillos nos recordaron que no nos encontrábamos en Jamaica ni en 1967. Pese a ello, la blandenguería duró poco y pronto volvió el funk reggae y el buen ska.

Bajo el grito de 'Dirty reggae', la que antaño fuera la banda de acompañamiento de Derrick Morgan, concluyó un recital estupendamente ejecutado, de excelentes composiciones, gran ritmo y desigual repertorio. Lo heterogéneo de la audiencia sólo indicaba que por encima de las creencias políticas o de las modas está la música. Y precisamente para eso fuimos todos allí, para escuchar y para disfrutar. Las proclamas y los himnos para quien los quiera, que los demás seguiremos bailando.