JUANJO LÓPEZ  |  Barcelona, 09/11/2012

Tras el enorme y merecidísimo éxito internacional de 'Gomorra'cuatro años atrás, el director italiano Matteo Garrone regresa a la gran pantalla con 'REALITY', un dramedia de marcadísimo carácter costumbrista ambientado en la pintoresca ciudad de Nápoles.

Con un inicio de lo más Fellini, Garrone saca a relucir su faceta más popular con unos personajes de carne y hueso (más de lo primero que de lo segundo) que transpiran una verdad exultante. La realización combina suciedad y elegancia casi a partes iguales, aunque posiblemente la balanza termine decantándose hacia una sobriedad admirable e impropia del género.

Todos necesitamos ser observados en una sociedad obnubilada por la superficialidad de la fama efímera, banal y gratuita. El personaje principal (brillantemente representado por Anniello Arena) comulga perfectamente con el perfil del ciudadano medio capaz de vender su alma al diablo a cambio de cinco minutos de gloria. La locura va incluida en el precio.

Sin embargo, llegados a un punto del filme, el director decide aliarse con el verdugo y cebarse con la víctima dando un giro inexplicable al enfoque de la historia. La cinta se abraza a la locura cuando caminaba firmemente en el magnetismo del esperpento. El director entrega la causa del protagonista, que se rige de forma lógica en la ilógica de su propio entorno, a un trastorno transitorio que adormece el interés generado hasta entonces.

El espectador más crítico se quedará con la ganas de ver a Garrone disparando a matar. ¿Por qué no se mete con los mafiosos de la tele? ¿Acaso no son más peligrosos los mafiosos de 'Gran Hermano' que los de 'Gomorra'? ¿O será que hay demasiado miedo hacia los primos hermanos de la tele?

En esta ocasión Garrone se pone blando y mimosín con los despiadados del todo por la audiencia italiana. Cada minuto que avanza la película se hace más amable con la telebasura. La escena final es un beso frío, obsceno y con lengua en toda regla.

Y pese a todo, la historia inverosímil de 'Reality' se hace trágicamente reconocible gracias al realismo mágico de unos personajes excelentemente retratados. Garrone ensalza maravillosamente el patetismo cínico de la clase media universal con una cinta disfrutable durante gran parte de un metraje que jamás se acerca al hastío. Lo cual no es poco.